A principios de 1900, Estados Unidos enfrentaba un periodo infl acionario sin precedente. La
efi ciencia mundial había pasado de moda y la mayoría de los negocios e industrias buscaban nuevas
ideas que ayudaran a mejorar su desempeño. La industria ferrocarrilera también sintió la necesidad
de incrementar las tarifas de embarque de una manera sustancial con el fi n de solventar los aumentos generales de sus costos. Louis Brandeis, quien en ese entonces representaba a las asociaciones empresariales
del Este de Estados Unidos, afi rmaba que los ferrocarriles no merecían, o que en realidad
no necesitaban, el incremento debido a que habían sido negligentes, pues no habían introducido de
manera oportuna la nueva “ciencia de la administración” en su sector. Brandeis afi rmaba que las
compañías ferroviarias podrían ahorrar 1 millón de dólares al día mediante la introducción de las
técnicas elaboradas por Taylor.
Por lo tanto, Brandeis y la Eastern Rate Case (como se le llegó a conocer)
introdujeron por primera vez los conceptos de Taylor como “administración científi ca”.
En ese entonces, muchas personas que no contaban con las habilidades de Taylor, Barth, Merick
y otros pioneros, estaban deseosas de hacerse famosas en este novedoso campo. Se llamaron a sí
mismos “expertos en efi ciencia” y se lanzaron a instalar programas de administración científi ca en
la industria. Muy pronto pudieron experimentar una resistencia natural al cambio por parte de los
empleados y, puesto que no estaban en posición de manejar problemas de relaciones humanas, se enfrentaron
a grandes difi cultades. Ansiosos por hacer un buen papel y basados sólo en un conocimiento
pseudocientífi co, establecieron cuotas que fueron muy difíciles de alcanzar. La situación se puso tan
difícil que algunos gerentes se vieron obligados a cancelar todo el programa con la finalidad de poder
continuar sus operaciones.
En otros casos, los gerentes de fábricas permitían que los supervisores establecieran los estándares
de tiempos , pero éstos casi nunca eran satisfactorios.
Una vez que los estándares se establecieron,
muchos gerentes de fábricas de ese entonces, interesados básicamente en la reducción de los costos
de mano de obra, sin escrúpulos reducían los salarios; si algún empleado ganaba más de acuerdo
a sus criterios, el resultado era una cantidad de trabajo mucho mayor por la misma y en ocasiones
menor paga.
Como es natural, estas medidas trajeron como resultado una reacción violenta por parte
de los trabajadores.
Estos confl ictos se diseminaron por Estados Unidos a pesar de los múltiples casos de implementación
favorables por Taylor. En el Watertown Arsenal, los trabajadores rechazaron a tal grado el
nuevo sistema de estudio de tiempos que en 1910 la Comisión de Comercio Interestatal (ICC) tuvo
que realizar una investigación acerca del método.
Algunos reportes despectivos acerca del tema infl uyeron
para que el Congreso agregara una cláusula al presupuesto de gastos del gobierno en 1913, que
disponía que ninguna parte de ese dinero se utilizaría para pagar a cualquier persona involucrada en
estudio de tiempos. Esta restricción se aplicó a las plantas operadas por el gobierno donde los fondos
gubernamentales se destinaban a pagar los salarios de los empleados.
No fue sino hasta 1947 que la Cámara de Representantes expidió una carta que eliminaba la
prohibición contra el uso de cronómetros y los estudios de tiempos.
Es de interés mencionar que aún
en la actualidad, el uso del cronómetro está prohibido por parte de los sindicatos en algunas instalaciones
de reparación ferroviaria. También es interesante observar que el taylorismo aún sobrevive en
líneas de ensamblado, en los pagos a abogados, que se calculan en fracciones de hora, y en la documentación
en la que se determina lo que deben pagar los pacientes en los hospitales.
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