Si el propósito del estudio es fijar normas de rendimiento, normalmente no
se debería hacer mientras no se haya establecido y definido con un estudio de
métodos la mejor forma de ejecutar el trabajo. El porqué salta a la vista: si no se
ha buscado antes sistemáticamente el mejor método, siempre queda la posibilidad
de que el propio obrero o algún técnico encuentre un modo de obtener el mismo
resultado con mucho menos trabajo. Además, las ventajas de la innovación
pueden variar de magnitud y naturaleza según el momento, el trabajador asignado
al puesto o el método que él mismo haya adoptado. Incluso puede ocurrir que la
cantidad de trabajo exigida por el proceso u operación aumente efectivamente
más adelante si se encomienda a un obrero menos idóneo que el cronometrado,
que quizá aplique un método más laborioso que el seguido cuando se fijó el
tiempo.
Mientras no se haya encontrado, definido y estandardizado el mejor método,
no estará estabilizada la cantidad de trabajo que supone la tarea o proceso. No
habrá manera de planificar los programas, y si el tiempo tipo influye en el cálculo
de la remuneración, tal vez resulte antieconómico el costo de mano de obra de
esa tarea o proceso. Al obrero puede resultarle imposible terminar dentro del
tiempo asignado, o bien, por el contrario, puede sobrarle tiempo. En este último
caso, muy probablemente reducirá su rendimiento hasta el límite en que le parezca
que la dirección no va a iniciar averiguaciones sobre el acierto del tiempo tipo
que se había fijado.
Aunque en los contratos colectivos que prevén estudios del
trabajo se suele incluir una cláusula que autoriza a modificar el tiempo de las
tareas cuyo contenido de trabajo aumente o disminuya, y aunque la dirección
podría, pues, en teoría, invocar esa cláusula, tanto cuando es la responsable del
cambio de contenido del trabajo como cuando lo es el trabajador, la modificación
del tiempo tipo en esas circunstancias siempre da lugar a cierto descontento. Si,
además, se hace con frecuencia, los trabajadores pronto perderán confianza en
los especialistas del estudio del trabajo y también en la buena fe de la empresa.
Por consiguiente, hay que asegurarse primero de que eí método es bueno, y
no hay que olvidar, después, que todo tiempo corresponde exclusivamente a un
método bien determinado.
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