Para comprender lo que ocurre basta observar a un tornero que deba calibrar
de cuando en cuando la pieza que está trabajando. El calibrador está en un cajón
a su lado. Si no tiene particular motivo para darse prisa, quizá gire todo el torso
cada vez que recoja el calibrador, vuelva a enderezarse, calibre la pieza, gire de
nuevo para depositar el calibrador y se enderece, siempre a la cadencia que le es
natural. En cuanto tenga motivo para acelerar el trabajo, en vez de girar el torso
íntegro estirará simplemente el brazo, tal vez echando una ojeada para ver el lugar
exacto del calibrador, lo recogerá, lo utilizará y lo pondrá de vuelta en su sitio
moviendo únicamente el brazo y sin molestarse siquiera en mirar. En ninguno de
los dos casos hay una pausa deliberada, pero en el último se eliminan algunos
movimientos innecesarios, o sea movimientos que no hacen adelantar la operación.
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