Volviendo a la comparación del hombre que anda a pie, la mayoría de
quienes lo ven caminar podrían evaluar su velocidad. Probablemente empezarían
por clasificar el género de paso en lento, regular o rápido. Con un poco de práctica
podrían decir: «Camina a unos 5 kilómetros por hora; a unos 6 kilómetros por
hora; a unos 8 kilómetros por hora». Una persona de inteligencia normal que se
dedicara a observar a varios hombres caminando a velocidades distintas podría
decir: «Ese camina a 4 kilómetros por hora, aquél a 7 kilómetros por hora», y
acertaría con bastante aproximación.
Pero para lograr esa precisión tendría que
tener una idea de determinada velocidad con la cual comparar la velocidad que
observa.
Eso es precisamente lo que hace el analista para valorar; pero como las
operaciones que observa son mucho más complejas que el acto sencillo de
caminar sin carga alguna, le llevará mucho más tiempo adiestrarse. La evaluación
de la marcha a pie sólo se utiliza para formar al analista en las primeras fases de
su instrucción y poco se parece a la mayoría de las tareas que es preciso evaluar.
Se ha comprobado que más vale utilizar películas o demostraciones de
operaciones industriales reales.
La confianza en la exactitud de las propias valoraciones se adquiere
únicamente después de larga experiencia y práctica en operaciones de muchas
clases, y esa confianza es esencial para el especialista en estudio del trabajo. Es
posible que deba justificar sus valores cuando discuta con la dirección, con los
capataces o con los representantes de los trabajadores, y si le falta seguridad,
pronto perderá la confianza de los demás en sus aptitudes, en cuyo caso más le
valdría abandonar la profesión. Por eso, entre otras cosas, si bien los novatos
pueden emprender el estudio de métodos tras un período de formación
relativamente breve, nunca deberán arriesgarse a fijar tiempos tipo, salvo bajo la dirección de un experto, particularmente si esos tiempos han de utilizarse para
establecer sistemas de primas.
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